
El fútbol tiene la increíble capacidad de ser la máxima alegría de millones de personas, aunque vivan satisfechas o excluidas del sistema. Al mismo tiempo, es el reflejo de esa sociedad donde la violencia producto de diferencias injustas se refleja mezclada de pasión.
Y no hay más que un gusto amargo cuando una actividad que nos produce tanto placer, por la que somos capaces de resignar otras actividades,de hacer el esfuerzo antinatural de levantarnos un domingo a las 8 de la mañana, la prácticamos poniéndole el enfasis errado o nos dejamos llevar por los que no entienden lo que es disfrutar.
En concreto, putear todo el partido y cagarnos a piñas no es saber disfrutar de un deporte, de juntarse con un grupo de amigos a hacer lo que nos gusta. Aunque el árbitro y los otros 11 tampoco lo sepan entender y nos saquen de nuestros cabales.
Ahora, no podemos pensar si jugamos mal o bien, si nos divertimos mucho o poco, si el domingo va a haber sol y nos va pegar en la cara mientra gritamos un gol y nos abrazamos, o en carganos a pedos porque nos gusta tanto el fúlbo que queremos ganar como si fuera la copa del mundo. Ahora, dependemos de que nos quieren seguir dejar jugando.
Habrá que esperar, habrá que pensar por qué jugamos. Habrá que divertirse con la pelota debajo de los pies. Sea en el torneo (ojalá) o en cualquier canchita en la que nos juntemos a seguir disfrutando del fúlbo.
Ojalá nos veamos todos, todos, el próximo domingo.
Abrazo tricolor.